1968.09.02
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Esta era una operación sencilla. Eso decían siempre.
Y nunca era cierto.
Todas las operaciones de descenso sobre sistemas con relativa gravedad eran problemáticas y complejas; cualquiera que hubiera participado en una lo sabía.
En esta ya habían comenzado con problemas desde el momento del aterrizaje. El punto estaba, aparentemente, demasiado cerca de un asentamiento de locales y habían comenzado a aglomerarse alrededor de las lanzaderas. Habían intentado ahuyentarlos pero, por desgracia, tuvieron que eliminar a algunos de aquellos seres para que despejaran la zona. El resto huyeron en ese extraño mutismo que envolvía a toda la fauna de aquel planeta.
Indistintamente, los recursos eran lo prioritario. Por encima del protocolo de no intervención. Incluso por encima de los miembros de la tripulación. Esto, dicho en términos que cualquier podría abrazar, implicaba que todos eran prescindibles. Sacrificables. Pero los recursos debían llegar a toda costa. Ya tendrían tiempo para reflexionar sobre su incumplimiento del protocolo y otros problemas secundarios.
Habían comenzado a bombear rápidamente y, el proceso, en contra de todo lo que esperaban, estaba evolucionando con una muy alta efectividad y suavidad. Con ese ritmo y esa presión de contacto terminarían de inmediato y podrían regresar; lo más importante, sin percances ni aristas.
Aunque no completamente sin percances. Su camarada había empezado a acusar síntomas que podrían estar relacionados con una respuesta vírica a su presencia en la zona. Ya conocían ese tipo de tretas defensivas de los sistemas biológicos complejos: las habían visto en otros sistemas. Aunque siempre era sorprendente cómo podía generarse una respuesta inmune a tal velocidad. O distancia. Tampoco podían descartar que el sistema estuviera conectado y hubiera distintos mecanismos filóticos involucrados.
Estaba conectando las válvulas para la absorción del líquido cuando sintió que Håkon no se encontraba bien. Se había quedado apoyado en una de las bases del tren de aterrizaje. Algo puntiagudo ocurría.
—¿Håkon? —indagó, envolviéndolo con suavidad y calma—. ¿Todo bien?
No respondió y percibió como caía de rodillas, encogiendo y estirando los dedos de las manos. Aquello estaba yendo muy mal. No podía detener el bombeo y, si soltaba las válvulas, posiblemente los tubos se desprenderían y perderían el líquido. Incluso era probable que las mangueras golpearan la nave y causaran desperfectos, estrías o aristas. Pero, si no hacía algo, temía por la salud de su compañero.
—Voy, camarada —emitió con todo el control y uniformidad que pudo.
Apretó las junturas de las válvulas y corrió hacia la otra lanzadera, esperando que todo aquello no terminara en desastre.
Cuando alcanzó a Håkon notó que estaba lleno de puntas, de ondas picudas que se deslizaban por su envoltorio. Estaba muy mal.
Lo sujetó pasando su brazo por encima del hombro y tiró de él. Notaba cómo intentaba transmitirle algo, pero era incapaz de conectar tres ondas lisas. Lo arrastró como pudo hasta la pasarela de acceso de la bodega de carga de la lanzadera, pero tropezó y cayeron juntos. Rodaron hasta abajo y Aage tuvo que volver a agarrar a su camarada y repetir el proceso. Fue más prudente en este segundo intento y se limitó a arrastrarle, lo que se demostró como una buena idea.
Una vez en la nave, con mucho esfuerzo, consiguió subirlo a la camilla de tratamiento y activó todos los protocolos de emergencia que se le ocurrieron. Pensó, sobre todo, en mecanismos antialérgicos con foco en el envoltorio de Håkon, asumiendo que el punto de entrada tendría que ser la piel. Disparó dos cargas de gel anulador de toxinas y esperó.
Esto tendría que aliviar los efectos de los dardos proteicos que los habían estado asediando desde que llegaron. El propio gel, además, retendría muestras que les permitirían realizar un análisis profundo posterior. Era muy probable que tuvieran que permanecer largo tiempo en ese sistema y era prudente prevenir. Prepararse para potenciales nuevas agresiones con elementos con base de carbono.
Sintió la volumificación de las alertas de llenado: los tanques de su lanzadera estaban completos. Habían logrado la aquaficación mucho antes de lo esperado, lo que era una muy buena noticia para Håkon. Para todos. La mala noticia es que con su camarada inhabilitado, debía llenar los depósitos de la otra lanzadera sin él. Tendría que volver a salir y exponerse de nuevo a esos agentes agresores, fueran lo que fueran.
No lo dudó: muchas vidas estaban en juego y no era momento de quedarse bloqueado por el miedo. Como prevención, se administró una serie de cargas bloqueantes de su respuesta inmune, para intentar reducir al máximo el impacto de un posible alérgeno cruzando la barrera de su envoltorio. Esperaba no marearse con la sobredosis.
Todo fue bien e igual de rápido que con los tanques de la otra lanzadera. Desconectó las válvulas a toda prisa, programó la recogida de las mangueras y tuberías y corrió de nuevo a la lanzadera de Håkon. Dió volumen a un programa de retorno automático a casa, para que la nave siguiera el protocolo de emergencia y no tener que obligar a su camarada a prestar atención a los controles. Luego corrió a su lanzadera. Justo cuando alcanzaba su nave, la de Håkon despegó y se encaminó a las zonas altas de la atmósfera. Subió a la suya, sensorizó una última vez y se concentró en iniciar el procedimiento de regreso, tarea tras tarea. Con una última validación de que su camarada se encontraba estable, Aage activó el proceso de retorno y se acomodó para pasar la salida del pozo gravitatorio.
Una serie de elementos ajenos habían accedido al sistema.
Habían sido detectados a cierta distancia y los sistemas de anticuerpos se habían activado de forma inmediata. En pocas horas, los primeros grupos proteicos habían sido estructurados y los aminoácidos estaban preparados.
Era un diseño difícil, dado que el agente invasor no había sido detectado previamente y desconocían cómo funcionaban sus receptores. En los locales ya era otra cosa y, el sistema, había preparado los diseños para evitar dañarlos en la medida de lo posible. Aunque cuando se hablaba de reactivos y anticuerpos frente a intrusos biológicos, era improbable que no hubiera afectación en los locales. El único escenario posible era que la compatibilidad de bases biológicas fuera nula. Pero no era el caso: los intrusos contaban con bases de carbono y receptores similares. Había cierta compatibilidad.
El serovar estaba fabricado con el objetivo de garantizar que el proceso de infección fuera rápido y lo más automático posible: por ello se segmentaba el péptido con un corte, dándole la capacidad necesaria. La parte que requería más esfuerzo eran las ribonucleoproteínas y el proceso de adherencia a los huéspedes: un diseño mal ensamblado, poco expansivo, impediría que alcanzaran finalmente a los intrusos. Un diseño demasiado agresivo mataría demasiados locales. Un diseño poco efectivo no tendría ningún impacto.
Los objetivos diana iniciales también eran esenciales: en esta versión de sus anticuerpos el diseño hacía foco en las células epiteliales. Eran extremadamente similares entre locales y ajenos. Lo que llevaba a fijar las epiteliales como objetivo, siendo la decisión más efectiva para atacarlos, dado que las bases que funcionaban insertándose en los locales, tendrían que funcionar en los ajenos.
Finalmente, la elección del huésped inicial de los anticuerpos del sistema: el local a emplear para la propagación inicial era una decisión especialmente peliaguda. Tenía que apoyar la dispersión del virus ARN con límites: ni muy rápido, ni muy lento, ni demasiado virulento.
El sistema estaba preparado. Con garantías para repeler a los ajenos.
